Coronavirus y solidaridad
Pablo Ortúzar Antropólogo social, investigador Instituto de Estudios de la Sociedad
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Pablo Ortúzar
El problema con el coronavirus no es principalmente individual, sino colectivo: el riesgo de morir por contraerlo, si es que uno recibe el tratamiento adecuado, es bajo, excepto para la tercera edad y las personas con ciertas enfermedades crónicas. El verdadero peligro de este mal altamente contagioso radica en su capacidad para hacer colapsar los sistemas de salud, volviendo imposible que todos los afectados, además de otros pacientes, reciban el tratamiento que necesitan.
Luego, lo realmente importante es el ritmo de avance de la enfermedad: si muchas personas generan una pulmonía grave al mismo tiempo, se producirán muertes por incapacidad institucional para atenderlas a todas. Los equipos de soporte a la respiración simplemente no alcanzarán. En otras palabras: habrá que elegir quién vive y quién muere. Esto es exactamente lo que está pasando en el norte de Italia, según los reportes de los médicos que se encuentran en la primera línea de combate a la enfermedad.
Por si acaso, esto no es cosa de simplemente “comprar más máquinas”. Los presupuestos de salud en todo el mundo tienen un límite, y una inversión exagerada en un área significa quitar financiamiento a otras donde ese dinero salvará más vidas en el mediano y largo plazo. La capacidad instalada de los sistemas debe más o menos corresponderse con las necesidades de un año normal. Existe cierta flexibilidad, por supuesto, pero no es infinita.
En Chile, como si no tuviéramos suficientes problemas, el virus probablemente alcanzará su mayor impacto en invierno, época en que nuestra capacidad de respuesta a enfermedades respiratorias se encuentra al límite. Para variar, entonces, la posibilidad de que las cosas salgan muy mal son mayores que en otras latitudes. Y evitar ese escenario exige medidas oportunas y radicales. A nivel institucional: realizar chequeos masivos y constantes, por un lado, y limitar todo lo posible las libertades de desplazamiento y reunión, por otro. A nivel individual: no asistir a eventos masivos, lavarse constantemente las manos, mantener la distancia entre las personas, salir lo menos posible de la casa y no tocarse la cara.
Otro asunto muy importante es revisar los términos y protocolos de colaboración estatal-privada en caso de que la emergencia adquiera proporciones extremas. La pelea de bajo nivel del ministro Mañalich con la Asociación Chilena de Seguridad, además de la advertencia lumpencapitalista de algunas isapres respecto a que no cubrirán el coronavirus si adquiere nivel de pandemia, son señales de que las cosas podrían sustanciarse de manera problemática en este delicado punto.
En suma, casi no importa si todas las personas, en algún momento, contraen el coronavirus, con tal de que no sea al mismo tiempo. A eso se refería Ángela Merkel cuando dijo que probablemente el 60 o 70% de los alemanes se contagiaría, pero que lo relevante era el ritmo de contagio. El tema es que para disminuir ese ritmo es necesaria la colaboración solidaria de todos: esta es una sola gran lucha colectiva. ¿Estaremos a la altura, o sólo nos motiva pelear entre nosotros?